Los periódicos de esta semana recogían en portada una imagen particular. Las activistas del grupo Femen realizaban un topless en el Congreso para protestar ante Gallardón por la reforma de la Ley del Aborto. La acción ha provocado gran polémica y son más las opiniones en contra, incluso dentro del colectivo feminista, que a favor del acto reivindicativo. Parte de la crítica viene del hecho de que la simbología de la acción hace que el mensaje se pierda.
Pero lo más interesante, a mi juicio, de estas acciones, es el debate que suscitan entorno a un tema que debiera llevarnos a la reflexión: el cuerpo de la mujer es nuestro campo de batalla, todavía.
Me llama la atención que mucha gente se eche las manos a la cabeza cuando el cuerpo desnudo de la mujer es utilizado para anunciar perfumes, coches o incluso el comienzo de la temporada estival con magníficos topless en los informativos. Sin embargo, cuando usamos nuestros cuerpos para sexualizarlos o protestar, se convierte en un acto censurable.
Otro tema que me parece interesante traer a la reflexión es cómo este tipo de acciones calienta el debate en torno al feminismo y los movimientos feministas.
Cada vez que nombro la palabra «feminista» tanto hombres como mujeres me miran con incertidumbre. Primero porque en el imaginario colectivo parece que ser feminista significa renunciar a la feminidad, a llevar taconazos o al deseo de ser miradas. «Yo creo que las mujeres no tienen que estar en contra de los hombres, ni estar por encima de ellos», suelen decir ellas. Las opiniones de ellos sobre el feminismo suele venir, lamentablemente, en la mayoría de los casos, acompañadas de algún chiste.
Si hubiera una mejor comprensión del feminismo muchas mujeres se autodefinirían como tales, e incluso muchos hombres. El proceso está lleno de paradojas en una sociedad como la nuestra atrapada por dos extremos; negar la diferencia y desigualdad en los roles de género; y, por otro lado, exacerbarla a través de la industria de la belleza y la pornografía. Pero hay más contradicciones: cuánto más tiempo tiene la mujer para dedicar fuera de las tareas de la familia y el hogar, más obsesivamente se preocupa por cultivar su cuerpo empleando una gran cantidad de tiempo, energía y recursos. ¿Para qué?, ¿para estar guapas para nosotras mismas? «Enseñadas desde su infancia que la belleza es el centro de las mujeres, la mente se amolda al cuerpo y, errante en su dorada jaula, sólo busca adornar su prisión», escribía Mary Wollstonecraft en el siglo XVIII.
Ser feminista significa identificarse con los problemas de las mujeres y ayudarlas en su proceso de empoderamiento. Problemas como los desequilibrios en las relaciones de poder y de diferencia de oportunidades. Según datos del INE, a pesar de que el rendimiento de las mujeres en los títulos universitarios de grado y master supera en diez puntos porcentuales al de los hombres, éstas sólo representan el 16,8% del total de catedráticos; las mujeres cobran de salario medio anual un 22% menos que los hombres; una pensionista recibe al mes casi la mitad de lo que recibe un varón; de los 350 diputados del Congreso sólo el 37% son mujeres; sólo el 11,5% de los consejeros del IBEX-35 son mujeres; la tasa de paro entre las mujeres supera en un 26% a la de los hombres. Y puedo referir realidades mucho más obscenas como que el 60% por ciento de las personas con desnutrición crónica en el mundo son mujeres y niñas; el año pasado en España murieron 52 mujeres a manos de sus compañeros; y según datos de UNICEF, un millón de niños y jóvenes en todo el mundo, fundamentalmente niñas, ingresa en el mercado de la prostitución infantil. Los datos hablan por sí solos.
Con topless o sin él, aún queda mucho camino por recorrer para conseguir la igualdad de oportunidades y derechos entre hombres y mujeres. La buena noticia es que cada vez hay más personas conscientes de que el hecho de luchar por la igualdad de los sexos es luchar por los derechos humanos mismos. Como decía la feminista Mary Wollstonecraft «no les deseo a las mujeres que tengan poder sobre los hombres sino sobre sí mismas».